Kouroush creció en una familia musulmana en Irán. Escuchó el evangelio por primera vez en el instituto, pero se molestó con el amigo que le habló. Años más tarde, ese mismo amigo lo invitó a una reunión de la iglesia en casa y aquello desató
su búsqueda del Dios verdadero.
Kouroush fundó una iglesia en una casa y llegó a ser un líder. Pero aquello tuvo un precio: se enfrentó al arresto y la tortura. Todavía está asombrado por la injusticia que vivió en prisión: «No cometí ningún crimen que
mereciera esto. No maté a nadie, no robé nada. Todo lo que hice fue entregar mi corazón a Jesús.»
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