El pastor Imeldo perdió todo por lo que había luchado: la iglesia evangélica donde predicaba, la casa donde vivía con su familia, todas sus posesiones materiales y, sobre todo, la libertad de compartir y vivir su fe abierta y libremente en su ciudad natal,
San Andrés Yaa, en Oaxaca, al sur de México.
Él y su comunidad perfectamente podrían haberse ido a otra parte donde fueran aceptados y empezar desde ahí una iglesia con mayor libertad de movimiento, pero no lo hicieron: escogieron perseverar por el lugar en el que dios les había puesto.