En 2020, cualquier esperanza de recuperarse y levantar cabeza fue reducida a cenizas por la pandemia. Las medidas de protección contra la propagación del COVID-19 abrumó a la familia de Isaías, tanto financiera como emocionalmente. Sin embargo, Isaías se considera uno de los «afortunados»: al menos, él está vivo.
Isaías cubre su rostro con una mascarilla y en la cabeza lleva un gorro tejido. Es invierno en Burkina Faso. Tal atuendo solo nos permite ver los ojos serios de Isaías. Como esposo y padre de cuatro hijas, tiene una gran responsabilidad.
Con seis miembros, la familia solo puede permitirse alquilar una pequeña habitación sin ventanas. La única entrada de luz es la puerta que, al abrirla, permite observar el reducido espacio que comparten como familia. A lo largo de la pared del fondo, sus pocas pertenencias están perfectamente organizadas: envases, ollas y platos ubicados en una esquina, mientras que las colchonetas y cestas llenan el resto de la pared. Los bolsos y zapatos están colgados; no hay hueco para nada más.
«Cuando llegamos a Kaya no estábamos acostumbrados a esto. Es muy difícil para nosotros. En la aldea, nosotros no teníamos necesidad de comprar: cultivábamos, usábamos nuestras vacas y burros para arar la tierra. Pero, desde que llegamos aquí, debemos comprar todo. Al principio no teníamos nada, pero otros creyentes han tenido compasión de nosotros y nos ayudaron con comida».
«Ha sido por la ayuda de estas personas que hemos podido tener algo que comer. En casa trabajábamos para conseguir nuestra comida, pero aquí no hay trabajo. Mucha gente ha escapado y, a menos que alguien te ayude, no podrás sobrevivir. ¿Qué puedes hacer?»
Antes que empezara la pandemia, Isaías pudo encontrar un trabajo, aunque ganaba poco dinero. «Trabajaba en la construcción. Trabajaba todo el día para ganar 2000 francos (3€). Compraba madera y le daba el resto a mi mujer para comprar comida».
«Al principio no teníamos nada, pero otros creyentes han tenido compasión de nosotros y nos ayudaron con comida».
La familia huyó de su aldea en la región de Barsalogho y llegó aquí, a Kaya, una ciudad al sur. Al igual que otros miles de burkineses, la escalada de violencia islámica ocasionó que Isaías y su familia abandonaran su aldea.
«Los problemas que nos trajeron hasta aquí comenzaron una tarde, cuando entraron en el mercado de nuestro pueblo». Los yihadistas visitaron la aldea por primera vez en junio de 2019.
«Nos rodearon con armas. Llevaban sus caras cubiertas para que no pudiéramos reconocerlos. Intentamos correr y escapar, pero nos lo prohibieron diciendo: “No podéis escapar; al que lo haga, le mataremos”».
«Decían tener un mensaje para el pueblo. Uno se acercó al centro de la multitud y dijo que teníamos que convertirnos al islam. Tenían una bandera con algo escrito en árabe».
«Todos teníamos mucho miedo porque no se fueron muy lejos. Estaban entre los árboles. Nadie podía dormir en su casa. El domingo siguiente fuimos a la iglesia y alguna gente vino a decirnos que habían vuelto al mercado. Salimos de la iglesia y nos escondimos. Nos dijeron que, si no nos convertíamos al islam, nos matarían».
«Aquel domingo huimos para venir a Kaya. Nos encontramos con ellos, que venían de atacar un pueblo vecino y habían asesinado a 28 personas. Venían contentos, así que no nos hicieron nada».
Señor, te doy gracias por haber sostenido a Isaías y su familia hasta aquí, por haber cuidado de ellos en medio de su pobreza. Te pido que continúes proveyendo a ellos y a otros en su situación de los recursos que necesitan para salir adelante, y que Tú levantes a tu iglesia en estos lugares donde seguirte es tan difícil. Amén.
En Kaya, Isaías y muchos otros cristianos fueron obligados a vivir en campamentos para desplazados internos. Allí la vida se hizo mucho más difícil cuando el COVID-19 irrumpió.
«Cuando se anunció que estábamos en pandemia, y que no debíamos tener contacto entre nosotros, sufrimos emocionalmente porque vivimos en una comunidad. Si estás triste y tienes a alguien con quien hablar, puedes ser consolado».
«Nos decían que debíamos lavarnos las manos, pero no teníamos dinero para comprar jabón. Salíamos a trabajar para obtener dinero y comprar estas cosas, pero cuando todo se detuvo, incluidos los mercados, no tuvimos más alternativa. Terminamos sentados en casa».
«Estás con tu esposa, sientes dolor por ella y por los niños. Como cabeza de mi familia es doloroso ver sus necesidades sin poder hacer nada al respecto».
«La gente no debe reunirse, debe llevar mascarillas. Pero incluso las mascarillas eran difíciles de conseguir porque no había trabajo, así que no podíamos obtener dinero para comprarlas. Tampoco había dinero para comprar jabón. Era muy duro. Sufrimos mucho hasta que pudimos volver a salir».
«Recibíamos regalos de algunos hermanos por causa de la situación. Sufrimos mucho, pero no teníamos más remedio que aceptar sus ofrendas para poder sobrevivir hasta ahora. Incluso trabajando, no podíamos conseguir lo suficiente para vivir como antes. Esta vida se ha vuelto difícil para nosotros. No sabemos cómo acabará esta situación».
Aunque continúan viviendo en su pequeña habitación, ahora Isaías y su familia tienen algo muy valioso gracias a tu apoyo: hemos podido enviarle alimentos suficientes para toda la familia durante tres meses.
«Damos muchas gracias a Dios porque hemos recibido un gran regalo. Estos alimentos nos ayudarán mucho, ya que sobreviviremos durante un tiempo. Sin esto, hubiera sido una catástrofe, ya que en mucho tiempo no habíamos podido comprar alimentos».
Desde 2015, los ataques extremistas han aumentado en Burkina Faso, que entró por primera vez en la Lista Mundial de la Persecución en 2019. Muchos cristianos han tenido que permanecer en campamentos para desplazados internos.
Puertas Abiertas pudo entregar ayuda de urgencia en el pasado año, a pesar de los múltiples obstáculos para hacerlo. Gracias a tu apoyo, pudimos ayudar a 1000 familias con paquetes de ayuda que incluían alimentos para, al menos, tres meses.
«Sin vuestra ayuda, hubiera sido una catástrofe».