«Vivo con temor permanente», dice Fati, una joven madre y esposa de 20 años. «Dondequiera que escucho un disparo, me asusto y pienso que han regresado para matarnos a todos». Vivir con mirfo es una realidad cotidiana para creyentes como Fati, de Burkina Faso.
Aunque este país de África Occidental ha experimentado muchas agitaciones políticas desde su independencia en 1958, los más de 60 grupos étnicos y varias religiones fundadas aquí han vivido relativamente en paz.
Todo eso cambió en 2016, cuando la insurgencia de Mali se extendió por todo el norte de Burkina Faso y se propagó como un profundo cáncer por todos los rincones del país. Hay un primer ataque, pero nunca llega el último. «La primera vez que atacaron nuestra aldea llegaron disparando al azar. Los vecinos consiguieron huir a sus casas y esconderse. Los atacantes estuvieron todo el día disparando sus armas».
«Estábamos con las manos vacías, y no teníamos comida ni vivienda».
«Luego se fueron, pero tres días después regresaron. Esta vez, recorrieron toda la aldea disparando a todos y a todo. Incendiaron el mercado, muchas casas y todos los objetos de valor que pudieron encontrar».
Fati relata: «Incluso llegaron a derramar gasolina sobre el ganado y quemarlo vivo. Algunos vecinos lograron escapar, pero muchos fueron quemados vivos en sus propias casas». Como resultado de esta violencia, más de un millón de personas han tenido que huir.
A pesar de todo, hay quienes se han quedado en sus aldeas, con la esperanza de que la situación mejore y poder seguir trabajando para mantener a sus familias. Es importante tener en cuenta que la mayoría de los cristianos afectados por esta violencia son personas muy humildes, que no tienen grandes riquezas, ni tierras extensas ni grandes rebaños de ganado.
«Cuando los atacantes se fueron, la gente decía: “Oremos y esperemos que no regresen”. Pero la paz no duró, ya que solo dos semanas después, la aldea fue atacada nuevamente, esta vez con armamento pesado. Las casas y la tierra temblaban con cada disparo. Las balas atravesaron los techos y las ventanas, hiriendo a muchas personas dentro de sus hogares. Después del ataque, muchas personas decidieron huir a una aldea cercana llamada Burzanga, dejando comida y algunas pertenencias valiosas allí por si tenían que huir de nuevo».
Fue en este lugar donde los yihadistas llegaron a la aldea de Fati por cuarta vez. «Descubrieron que los vecinos habían estado llevando sus pertenencias en carros hacia Namsigiya y Burzanga, incluso tomando la ruta más larga para evitar encontrarse con los atacantes. Los terroristas luego colocaron explosivos a lo largo del camino para evitar que la población desplazada estuviera a salvo».
Con el control de los caminos en sus manos, los militantes entraron en la aldea de Fati en otras dos ocasiones y atacaron a la gente sin piedad. «Vinieron con granadas. Todo lo que apuntaron explotó y quedó destruido. Esto causó mucho miedo y muchos huyeron inmediatamente después de que los terroristas se fueron. Sabían que seguramente morirían si se quedaban más tiempo».
Pocos días después, los atacantes regresaron con carros y motocicletas. Rodearon la aldea y comenzaron a disparar en todas direcciones. Tan pronto como la gente corrió a sus hogares, los atacantes les dispararon mientras recitaban el Corán. Continuaron disparando hasta el atardecer, lo que dejó a la gente muy asustada. Durante este último ataque, Fati estaba sola en Burzanga tratando de esconder una bolsa de mijo para tener algo de comida si tenía que huir. Su esposo se quedó atrás con los niños en una reunión de oración.
«Nos quedamos allí durante una semana». Al igual que Fati y su familia, muchos otros intentaron huir, pero no todos lo lograron. Los terroristas mataron mucha gente a lo largo del camino. Después de una semana en Burzanga, subieron a una camioneta que iba hacia la capital, Ouagadougou. A lo largo del camino vieron muchos cuerpos. Sabían que habían sobrevivido solamente por la gracia de Dios.
Pero pronto se dieron cuenta de que sus problemas estaban lejos de terminar.
«Cuando llegamos a Ouagadougou, conseguir comida fue difícil para nosotros. En nuestro camino a la ciudad, las pocas cosas que pudimos salvar de nuestra casa fueron robadas. Estábamos con las manos vacías, y no teníamos comida ni vivienda».
En medio de todo lo que Fati y su familia habían pasado, decidieron aferrarse a Dios. Y fue en el momento más oscuro de sus vidas, que experimentaron la gracia y la provisión de Dios en sus vidas. «Encontramos a nuestro pastor y nos acogió cuando estábamos desesperados. Nos dio la bienvenida, nos consoló en nuestra tristeza. Él y mucha otra gente de la iglesia nos ayudaron y nos bendijeron». Sin embargo, no hay mucho que pueda hacer una pequeña iglesia y su pastor por una familia con una situación así. Sus vidas han sido marcadas, están traumatizados y aún enfrentan las dificultades diarias de encontrar refugio, comida y poder criar a sus hijos.
«Cuando pienso que Dios nos ha abandonado, recuerdo sus promesas en la Biblia».
«Mi familia no está en paz, están traumatizados. Ahora mismo no tenemos ningún ingreso. Es muy difícil para nosotros. Mis hijos iban a la escuela en nuestra aldea. Aquí no tenemos dinero para pagar el coste de la escuela. No podemos pagar nuestro pan diario y mucho menos enviar a nuestros hijos a la escuela. Esto es una carga para nosotros. Si estuviéramos con salud, podríamos trabajar y pagar la escuela, pero desafortunadamente ahora no estamos en condiciones de trabajar».
Aunque Fati y su familia están enfrentando dificultades, saben que Dios ha estado con ellos cada paso del camino. En la parte trasera de la camiseta de Fati lleva escrito Éxodo 18:11: «Ahora conozco que Jehová es más grande que todos los dioses; porque en lo que se ensoberbecieron prevaleció contra ellos». Es con esta misma convicción que ella y su familia encuentran esperanza y fortaleza. Por esto, pueden seguir hacia adelante, sabiendo que Dios conoce y ve todo lo que se les ha hecho a sus Hijos. «La Biblia dice que enfrentaremos pruebas en este mundo. Pero Él dice que hará un camino para nosotros. Creemos estas palabras escritas en la Biblia. Y esto nos da vida, fortalece nuestra fe y nos trae gozo. También me gustaría agradecer a todos aquellos que nos han apoyado en oración».
«Nos ayudasteis a llevar nuestra carga. Dios ha respondido nuestras oraciones, nos salvó de las dificultades, problemas y tentaciones. Cuando pienso que Dios nos ha abandonado, recuerdo sus promesas en la Biblia, donde nos dice que estará con nosotros sin importar qué pueda suceder. Sabemos que Dios cambiará nuestro dolor en gozo de nuevo».
*Nombre modificado por motivos de seguridad.