«Me llamó por teléfono y me dijo que me quería recoger para que pudiéramos ir a la granja. Le dije que la carretera no era buena, que no viniera, pero insistió». Gertrude ha reproducido esta conversación en su cabeza en innumerables ocasiones.
Deseaba que Jonás, su marido, le hubiera escuchado y que ella hubiera intentado convencerle con más insistencia. De esta manera, él seguiría con vida.
Gertrude y su marido tenían que tomar el riesgo de ir a trabajar en el campo, aunque sólo fuera para asegurar que ellos y sus hijos tuvieran algo que comer, y dispusieran de productos que vender en el mercado.
En aquel momento, vivía en una zona vecina, mientras que su marido se quedaba en Beni, en la provincia de Kivu del Norte. Viajaba a menudo entre su hogar y la ciudad donde vendía sus productos de la granja.
«Cuando mataron a mi marido yo también me sentí muerta».
Se acuerda de la persistencia que tenía su marido aquel día. «Íbamos juntos a la granja a menudo, pero esta vez, como él estaba en Beni, vino y nos encontramos con nuestros hijos en la granja». La gente suele tener terrenos fuera de sus aldeas y
entre los bosques en los que tienen sus granjas.
El marido de Gertrude estaba decidido a llevar a su familia a Beni el día siguiente a pesar de que su hijo menor se opusiera a su plan. «El niño se negaba a ir. Ojalá hubiésemos escuchado al chico». Estas pequeñas decisiones en el periodo previo al ataque atormentan a Gertrude.
Desde que llegaron a sus tierras, podían oír disparos de armas alrededor suyo. Sin embargo, esto tampoco es algo tan extraño. «Mi marido dijo: “No, el hombre muere un día y también nace un día. Si es la muerte, no hay miedo en mi corazón”».
Y continuaron trabajando mientras su hijo jugaba cerca de ellos.
Casi habían terminado con el trabajo de ese día cuando les atacaron unos hombres armados. Aunque hay muchos grupos rebeldes en activo en el este de la República Democrática del Congo, las Fuerzas Democráticas Aliadas (FDA) son conocidas por atacar
a personas, que suelen ser cristianos que van de camino a su granja o que están trabajando en el campo.
Cuando los hombres irrumpieron, el marido de Gertrude intentó protegerla a ella y a su hijo. «Cuando cayó, tapó al chico. Me arrastré entre los arbustos, esperando subir la montaña, pero me dispararon en el pie. Me resbalé; intenté subir de nuevo y recibí otro disparo en el pie».
Gertrude se negó a rendirse. Dudó por un segundo, y a pesar de las dos heridas de bala, intentó de nuevo encontrar un lugar en el que esconderse. «Mientras subía la colina, recibí un tercer disparo en el estómago. En ese momento
perdí la fuerza y caí al suelo».
«Desde dónde estaba, podía verlos llevarse a mi niño y decapitar a mi marido. Cuando vi que lo decapitaban, me dije a mí misma que estábamos todos muertos. Perdí la fuerza que me quedaba. Cuando le asesinaron, yo también me sentí
muerta. Es como si hubiera perdido la cabeza. No sabía dónde estaba o a dónde iba. Los niños fueron lo primero en lo que pensé. ¿Cómo iba a proveer para ellos?»
Milagrosamente, Gertrude consiguió arrastrarse y encontrar un escondite en un camino cercano mientras se oían disparos alrededor suyo. Recuerda que perduraron aproximadamente desde las 11 de la mañana hasta las 4 de la tarde. Todo ese tiempo,
Gertrude permaneció escondida. Cuando los disparos cesaron, «me quité la chaqueta y la até a mi estómago, ya que había perdido mucha sangre. Me dirigí hacia la carretera, donde vi muchos soldados».
Al principio, Gertrude dudó si eran soldados de verdad o los atacantes. «Me dije a mí misma que, si era la muerte, iba a morir de cualquier modo porque mi marido y mi hijo estaban muertos. Incluso si me quedaba, ya no tendría ninguna importancia».
Afortunadamente, eran soldados del gobierno. Los soldados la llevaron al campo en el que horas antes estaban trabajando alegremente como familia, pero no pudieron encontrar ningún rastro de su hijo. Asume que, puesto que no encontraron
su cuerpo, tal vez las FDA se lo habían llevado. «Si lo hubieran asesinado, estaría junto a su padre», dice.
El sonido de los disparos enemigos aumentó y los soldados dijeron a Gertrude que era el momento de irse. Primero, la llevaron a un campamento de desplazados cercano en el que recibió atención médica para detener el sangrado, y luego
fue trasladada a un hospital general para aplicar el tratamiento médico apropiado.
Incluso antes de la muerte de su marido, la vida no era fácil ni simple, pero al menos se tenían el uno al otro. Ahora la vida se había vuelto considerablemente más difícil para Gertrude. «Desde que murió mi marido, ya no voy a
la granja. Me duele el pie si ando demasiado. Los niños ya no van al colegio porque no puedo permitirme los gastos escolares».
Desde 2014, los ataques brutales de las FDA en el este de la República Democrática del Congo no han hecho más que aumentar en frecuencia y violencia sin un verdadero final a la vista. Hoy en día, cuando Gertrude oye otro ataque,
el miedo se apodera de ella. «Cuando oigo que algo así sucede cerca de mí, me asusto. A veces, me traslado a otra zona durante unas semanas, luego sigo de cerca lo que ocurre y, si regresa la calma, vuelvo a mi hogar».
«
Hubo una época en la que ni siquiera podía dormir. Cuando escucho que ha habido personas asesinadas en algún lugar, me invaden otra vez todos los detalles del ataque. No puedo entender cómo estas personas siguen matando».
Solo un mes después de que el esposo de Gertrude fuera asesinado y secuestraran a su hijo, su aldea fue atacada. Ella y los niños huyeron aquella noche y, cuando regresaron a la mañana siguiente, «todos los vecinos estaban muertos».
«Ora por nosotros, eso es lo que nos sostiene».
Para sobrevivir, los hijos de Gertrude hacen trabajos inusuales como cultivar en granjas de otras personas, ir a buscar agua, quitar arena del agua que se vende o moler gravilla.
«Pienso mucho en mis niños. Tienen que ir a la escuela. Esto les protegerá de meterse en problemas. Pero no puedo trabajar, y los niños tampoco pueden hacerlo todo. Lo que tenemos, consiste en un pequeño huerto en casa en el que podemos cultivar. Desde que me dispararon y asesinaron a mi marido, todo es difícil.
Ya no puedo trabajar y, con este pie, ya no puedo hacer grandes viajes. Incluso cuidar de los niños se me hace casi imposible. Por ello solamente pido vuestras oraciones, eso es lo que nos sostiene».
Puertas Abiertas proveyó a Gertrude de un apoyo económico para empezar un pequeño negocio. Con el dinero, ha abierto una tienda donde los aldeanos pueden comprar artículos de primera necesidad. Sin embargo, Gertrude y otros muchos como ella requieren un apoyo integral si quieren permanecer en el este de la República Democrática del Congo para ser testigos del Evangelio y creyentes resilientes.
*Nombre ficticio e imagen representativa utilizados por motivos de seguridad.