Hadija era una musulmana de Turkmenistán cuyo marido, un musulmán devoto, la obligaba a rezar y ayunar durante el Ramadán; pensaba que, de esa forma, se ganaría el favor de Alá al ser un buen marido.
Sin embargo, en una ocasión, una amiga de Hadija fue a visitarla y compartió con ella el Evangelio. Cuando Hadija descubrió que podía orar en cualquier momento y que, por la obra de Jesús, Dios la escucharía, su vida cambió para siempre.