En un callejón oscuro, Ming* guarda unas cajas pesadas en el maletero de su coche. Él sabe que las autoridades chinas no estarían a favor del contenido de las cajas; y es consciente de que, si lo descubren, probablemente será arrestado y enviado a prisión.
Ming saca su teléfono y escribe a su contacto. «Voy de camino al lugar antiguo». Luego, apaga su móvil y extrae la tarjeta SIM. Al fin y al cabo, no quiere que rastreen su ubicación.
Lo que hace podría considerarse un delito según las autoridades chinas, a pesar de que lo que carga en su coche no es nada peligroso ni que vaya a destruir vidas: su cargamento ilegal son Biblias. Su misión es distribuir la palabra de Dios al máximo de personas posible con rapidez y discreción.
Incluso en sus mensajes por teléfono, Ming es discreto, y utiliza códigos como «el lugar antiguo». En la región de China de donde proviene Ming, los teléfonos de los ciudadanos están rastreados, y sus redes sociales muy controladas, por lo que cualquier palabra incorrecta puede costarle la poca libertad que le queda.
«Debo de estar muy atento porque puede que haya espías fingiendo ser cristianos, incluso dentro de las iglesias».
Ming es muy consciente del peligro y ya ha sufrido en su propia piel las consecuencias de esta actividad ilegal. En el pasado, fue arrestado por involucrarse en la obra de Dios en esta zona tan severamente vigilada.
Al cruzar la calle, Ming mira a un lado y a otro a medida que su respiración se empaña en el aire frío. No hay nadie en la acera. Parece no haber nadie cerca, excepto las cámaras presentes en todas las calles de China. Echando un último vistazo a su alrededor, se aleja adentrándose en la noche con su valioso cargamento a escondidas.
El camino de Ming hasta convertirse en un cristiano clandestino en China no ha sido fácil. Él nació en una zona de este país asiático donde simplemente oír sobre el Evangelio puede ser difícil, ya que se practica una fe distinta. En China, la persecución toma distintas formas dependiendo del lugar. Tratándose de un área geográfica tan inmensa y con tantos grupos étnicos distintos, seguir a Jesús se puede permitir de cierta manera en una zona, mientras que en otra puede estar completamente prohibido.
El lugar donde vivió Ming fue uno de los que más restricciones sufrió. De hecho, la primera vez que se topó con la persecución por su fe fue en su propia casa. «Acepté a Jesús cuando estaba en la universidad», recuerda. «Le hablé a mi padre sobre mi fe esperando que lo aceptase. Pero no fue así, y finalmente me denunció a la policía. Me sentía destrozado porque no nos pudimos reconciliar».
Ming estuvo encerrado en su casa durante unos meses y, aun tiempo después, su padre seguía impidiéndole ir a la facultad de su zona. Por ello, Ming se vio obligado a trasladarse a una ciudad en el sur de China donde tuvo que empezar de cero. «Fue una pena no haber podido acabar la universidad», confiesa Ming, «pero era demasiado joven para procesarlo todo en ese momento».
Para un joven con su trasfondo étnico, empezar de cero en una ciudad totalmente nueva podría haber sido muy difícil, pero Dios bendijo aquella atrevida decisión. Con los años, Ming ha sido capaz de echar raíces en este nuevo lugar, donde ha podido sentirse más libre ya que las restricciones de la comunidad y del gobierno no son tan estrictas. Además, encontró varias iglesias que lo acogieron.
Con el tiempo, Ming se convirtió en un empresario y generó buenos ingresos, mucho más de lo que se esperaba de alguien con su origen étnico y estatus. Además, se enamoró y se casó con Hua*, una hermosa mujer con la que construyó una casa y tuvo una hija, Mei Mei*.
En la iglesia, Ming creció mucho en su relación con Jesús. «Fue ahí donde aprendí mucho más sobre Jesús y lo bueno que es Dios», comparte. «Fue un antes y un después para mí. Aprender sobre Jesús me hizo darme cuenta de que mis amigos y mi comunidad local también necesitaban conocerle».
El Señor tocó a Ming y le puso una carga en su corazón, susurrándole con una voz serena: «Vuelve a tu ciudad natal y háblale a la gente sobre mí». Ming obedeció: dejó atrás todo lo que poseía y se mudó de nuevo a su hogar natal, una ciudad con muchas restricciones, en la que las autoridades gobernaban con mano de hierro y los vecinos se espiaban entre sí. Por pura obediencia fiel, Ming volvió a un lugar peligroso, donde cada uno de sus movimientos era observado, registrado y archivado, para usarlo en su contra en caso de ser necesario.
No fue hasta un tiempo después que Ming empezó a establecer nuevas conexiones en su ciudad natal. Empezó liderando un grupo pequeño de manera clandestina, encontrándose con otros creyentes en lugares discretos para estudiar la palabra de Dios. Para él, era apasionante poder estar acercándose a Dios junto con otros hermanos.
Ming creó una empresa con un grupo de creyentes, que sirvió además como tapadera para poder distribuir Biblias. El negocio prosperó durante un tiempo, pero un día salió todo a la luz: Ming y sus socios fueron detenidos. Milagrosamente, él fue puesto en libertad, pero sus compañeros no tuvieron tanta suerte. Así acabaron perdiendo todo el trabajo por el que Ming y el resto de los cristianos habían luchado tanto.
«Fui absuelto de todos los cargos, pero perdí la compañía», recuerda Ming. «Tengo sentimientos encontrados porque [sabía que iba a ser difícil sortear a la policía y tendría que] vivir con mucho más cuidado. También me siento fatal por mis amigos. Por difícil que sea de digerir todo esto, creo que era el propósito de Dios que no nos encarcelasen a todos, para que uno de nosotros pudiese volver y “arreglar el desastre”».
Sin embargo, incluso fuera de la cárcel, Ming todavía está bajo vigilancia, obligado a mantenerse bajo el radar de las autoridades. Desde que salió de la cárcel, los agentes aparecen de repente y registran su casa sin previo aviso. Eso sí, aunque al principio sucedía cada dos o tres meses, actualmente lo hacen una vez al año.
Además de sus problemas legales, la situación familiar de Ming se derrumbó. Él había enviado a su mujer y a su hija de vuelta a casa de sus suegros para protegerlas. «Vivía bajo vigilancia y debía proteger a mi familia», dice. «A raíz de mi fe en Jesús, mi suegro me impidió ver a mi mujer y a mi hija. Ahora, está intentando que mi mujer y yo nos divorciemos».
«Esta situación me dejó sin palabras, pero entiendo el por qué. Mi mujer no tiene voz en este asunto desde que mi suegro, un hombre de autoridad firme, es la cabeza de la familia. Además, no quiero que mi mujer y mi hija sufran».
«Aprender sobre Jesús me hizo darme cuenta de que mis amigos y mi comunidad local también necesitaban conocerle».
«El hermano Hao Ran es de confianza», asegura Ming. «Es alguien con quien puedo relacionarme. Me visita regularmente y, durante años, ha sido mi mentor. Al menos dos veces al mes, oramos y estudiamos la Biblia juntos, y así avanzamos en la fe. Compartimos momentos felices y también complicados. Con el tiempo, hemos construido un vínculo de confianza, y sé que tengo un hermano que se preocupa por mí y nutre mi relación con Dios».
Poco a poco, Ming está aprendiendo a confiar de nuevo, según Hao Ran. «Ming está firme en la fe, pero puedo asegurar que, en este proceso, ha estado mentalmente agotado», afirma Hao Ran. «Desde el principio, era tan inseguro que no confiaba en nadie. Confío plenamente en que el Espíritu Santo se mueve en su corazón y por ello ha sido capaz de volver a confiar de nuevo, y estoy muy agradecido de conocerle. Actualmente, está empezando a liderar de nuevo un grupo pequeño. Por favor, orad por nuestro complicado país».
Con tu apoyo, Ming continúa sirviendo a Dios, pese a que cada día la tensión crece más y más en esta complicada región. La vida se vuelve tan dura para muchos cristianos clandestinos como Ming que acaban abandonando su fe en Jesús y deciden volver a sus vidas de antes. A pesar del riesgo para su propia vida y su libertad, Ming sigue compartiendo la palabra de Dios para que los cristianos puedan mantenerse firmes y seguir encontrando su esperanza en Jesús. «Pase lo que pase, yo sé que esa es la voluntad de nuestro Padre Celestial», comparte Ming. «Nosotros le escuchamos y le seguimos y Él guiará nuestro camino».
*Nombre ficticio e imagen representativa utilizados por motivos de seguridad.