Habiba* solo tenía 13 años cuando los militantes atacaron su pueblo en Burkina Faso. Era un domingo por la tarde, y ella y su familia estaban en casa descansando después de la iglesia cuando empezaron a oír las motos y los disparos. Ese día, Habiba fue secuestrada junto con su madre, su hermana pequeña y varias mujeres más. Casi tres años después, pudo reunirse con su madre y su hermana y escaparon juntas.
Mary* era una adolescente cuando los militantes fulani atacaron su aldea en el noroeste de Nigeria. Mientras Mary corría a buscar a su hermana, uno de los hombres armados obligó a Mary y a otras tres niñas a ir con él a punta de pistola. Mary permaneció retenida en el campamento durante 54 días antes de ser liberada.
Lo último que Esther*, de 17 años, recuerda del día en que Boko Haram atacó su pueblo de Gwoza, en el estado nigeriano de Borno, es el cadáver de su padre en el suelo. Ese día, Esther se convirtió en cautiva de Boko Haram y permaneció en su campamento durante un año antes de ser rescatada por el ejército nigeriano.
Boko Haram secuestró a Ijanada en su casa del norte de Nigeria a los 14 años y la casó a la fuerza con uno de sus combatientes. A los 16, la joven dio a luz a un niño y, cuando se quedó embarazada de su segundo hijo, consiguió escapar, tras casi cuatro años de cautiverio.
Charity* fue secuestrada en su pueblo nigeriano por militantes de Boko Haram. Aunque ya estaba casada, la casaron a la fuerza con otra persona por ser cristiana, una «infiel». Al cabo de tres años, fue liberada por el ejército nigeriano.
Habiba, Mary, Esther, Ijanada y Charity son solo algunas de las cautivas que han compartido sus historias desgarradoras con Puertas Abiertas. Hemos hablado con muchas más. Y esto no es más que una pequeña muestra de lo que está ocurriendo en el África subsahariana. Al no existir una base de datos oficial, es imposible saber cuántas personas han sido secuestradas o han huido —se calcula que son decenas de miles.
La investigación para la Lista Mundial de la Persecución 2023 indica que el año pasado, solo en Nigeria, 2510 cristianos fueron secuestrados, lo que representa el 66 % de todos los creyentes secuestrados durante el período de investigación. Cuando un pueblo es atacado, el secuestro casi siempre es una de las formas de violencia empleadas, además del asesinato, el saqueo y el incendio de edificios, todo ello diseñado para golpear a la iglesia desde la raíz.
Habiba, Mary, Esther, Ijanada y Charity conocen el repentino dolor de ser secuestradas y retenidas contra su voluntad, viviendo con el temor de lo que les deparará el día, la noche o incluso los cinco minutos siguientes. El último informe de Puertas Abiertas sobre la persecución religiosa por motivos de sexo señala que a menudo las víctimas son secuestradas por ser mujeres y esclavizadas por ser cristianas. Las excautivas suelen compartir la misma historia. Entre las experiencias comunes se encuentran la presión para que renuncien a su fe, reciten oraciones musulmanas y memoricen el Corán, cocinen para sus captores y les sirvan, y presencien ejecuciones y participen de ellas. La violencia física que relatan es abrumadora, e incluye palizas, violaciones repetidas y matrimonios forzados.
Cuando Habiba llegó al escondite de sus captores, la separaron de su madre y de su hermana y le obligaron a realizar oraciones musulmanas y a leer el Corán. «La única religión permitida era el islam», afirma. «Te mataban si te veían orando. Si te descubrían cantando o dando palmas, estabas muerta». Habiba fue finalmente obligada a casarse con uno de sus captores y fue violada repetidamente. Llegó a tal punto de desesperación, que esperaba ser la siguiente en morir.
Muchas personas comparten la misma historia, con rasgos comunes como la obligación de aceptar el islam, violencia sexual y tratos horribles.
Gracias a Dios, Habiba, Mary, Esther, Ijanada y Charity ya no están cautivas. Algunas, como Habiba, consiguieron escapar por sus propios medios. Otras, como Esther, fueron rescatadas. Pero, como cada una de ellas nos cuenta, la vida después del cautiverio dista mucho de ser fácil y estar libre de problemas. No es sorprendente que la pesadilla haya inducido traumas con muchas capas.
Mary describió su experiencia: «El dolor no había terminado. Seguía pensando en estas cosas. Todas las noches soñaba con lo que me había pasado en aquel lugar. No tenía paz mental. Solo me reía en la superficie, no en el fondo de mi corazón. Mi comportamiento cambió por completo. No podía dormir. No podía estar con gente. El dolor no terminaba».
En muchos casos, los excautivos quedan aún más traumatizados por la respuesta hostil de su comunidad, incluso de su familia.
Cuando Ijanada escapó, esperaba seguir viviendo como antes, como tantas otras víctimas. Por el contrario, la gente la juzgaba y desconfiaba de ella. «No era bienvenida», dice, frotándose enérgicamente los ojos para contener las lágrimas. «La mayoría de la gente se burlaba de mí y me insultaba».
Un informe de UNICEF arroja luz sobre el estigma y la persecución continua de los excautivos cuando regresan. El informe indica que los vecinos los ven a ellos y a sus hijos como una amenaza directa, temiendo que hayan sido adoctrinados y radicalizados por sus captores. Esta es otra herramienta del enemigo, que trabaja para destruir a la Iglesia.
Pero Dios tiene el poder para sanar —y la Iglesia es fuerte.
Puertas Abiertas construyó hace tres años el Centro Shalom de Atención Postraumática en el norte de Nigeria, en respuesta a la gran necesidad de las víctimas de persecución, quienes pueden recibir un tratamiento a corto o largo plazo. Desde su apertura, el centro ha atendido a más de 2000 personas de todas las edades. Además del centro, Puertas Abiertas ha proporcionado asesoramiento sobre traumas a miles de personas más y ha formado a pastores para que sepan cómo ayudar mejor a los miembros de las iglesias en este aspecto.
Mary, Esther, Ijanada y Charity llegaron al Centro Shalom traumatizadas por profundas heridas que aún están cicatrizando. Para ellas, formar parte de un programa de atención postraumática dirigido por terapeutas y personal capacitado les permitió entender qué es el trauma y les dio la capacidad de enfrentarse a sus sentimientos de desconfianza, rabia e incluso desesperanza.
«Vine a este lugar para curarme», dice Mary. «Inmediatamente después de venir aquí, aprendí algo. En cuanto volví a casa, algo cambió: empecé a hablar con gente en la que confío si tengo algún problema. Me ha ayudado mucho en la vida. Estoy muy agradecida a Dios por las personas que utilizó».
Ijanada comparte el agradecimiento de Mary: «Aquí encontré una nueva vida», dice. «Nos animaron y nos enseñaron sobre el verdadero perdón y aprender a soltar… Aprendí a perdonar a los que me han ofendido y he perdonado a los que se han burlado de mí, porque no saben lo que hacen».
Providencialmente, Esther también conectó con Puertas Abiertas. Durante la capacitación, los líderes animaron a Esther a derramar todo su dolor escribiendo las cargas de su corazón en trozos de papel y clavando los papeles en la cruz de madera de la sala.
«Cuando clavé el papel en la cruz, sentí que estaba entregando todo mi dolor a Dios», explicó Esther. «Cuando más tarde el formador retiró todos los trozos de papel de la cruz y los quemó hasta convertirlos en cenizas, sentí como si mi dolor y mi vergüenza desaparecieran para no volver nunca más».
Charity tuvo una experiencia similar. «Sanarme de mi trauma me ha ayudado y animado mucho», dice ahora. «Cuando volví [a mi pueblo], mucha gente vio que había cambiado. Solo quiero dar las gracias a Dios...».
Participar en este programa ha ayudado a Habiba a poder hablar por primera vez de lo que le ocurrió durante su cautiverio. Gracias a su ayuda y a sus oraciones, Puertas Abiertas puede seguir acompañándola a ella y a su familia, mientras aprenden a confiar de nuevo en Dios y a ver Su mano obrando en sus vidas.
Saber que la Iglesia mundial está orando por ellos también ha ayudado a estos excautivos. A través de tus oraciones, han sentido el amor y la presencia de Dios en sus vidas.
«Quiero daros las gracias», dice Ijanada. «Que Dios siga abriendo puertas. Que Dios siga concediéndoos sabiduría para llegar a muchos otros, así como a mí me ha tocado y me ha perdonado».
Esther nos cuenta que la ayuda y los cuidados que ha recibido hacen que se sienta como en familia: «Después de escuchar mi historia, no me despreciasteis, sino que me animasteis y me mostrasteis el amor de Dios por mí y por mi hija. Gracias a vosotros, sé que la mano de Dios está en mi vida».
Puertas Abiertas está lanzando una campaña mundial plurianual sobre la violencia militante en el África subsahariana. El objetivo es unirse a los cristianos del África subsahariana para conseguir un cambio, para garantizar que sus derechos fundamentales y su dignidad inherente se respeten, así como la de sus vecinos y las comunidades en las que viven. Te rogamos que sigas orando por estos valientes creyentes, especialmente por los jóvenes cristianos, tan vulnerables a que su fe y su futuro se vean condicionados por la amenaza y la realidad de la violencia.
Señor, te doy gracias por la liberación de estas mujeres, y te ruego que sanes los corazones de aquellas que han sufrido secuestro. También que fortalezcas a aquellas que continúan cautivas para que puedan resistir y que permitas que pronto sean liberadas. Amén.