Charity, una joven madre de tres hijos, se inclina para recoger otra mazorca de maíz. Está junto a sus tres pequeños: Theophilus, Patience y Elizabeth. Cubre su cabeza con un pañuelo rojo mientras se burla de Theophilus por alguna de sus ocurrencias; mientras, él sólo ríe, esbozando una brillante sonrisa con un gesto de resignación. Por la tarde, el sol es muy intenso, así que buscan una sombra en la que poder sentarse para desgranar el maíz.
En Guyaku, una remota aldea del norte de Nigeria, ser cristiano conlleva un alto riesgo. Nigeria es el país en el que más cristianos mueren por su fe del mundo; de hecho, allí hay más creyentes asesinados que en el resto de los países juntos. Además,
los ataques de Boko Haram y de otros grupos afines se han vuelto cada vez más habituales en el norte y centro del país, e incluso están empezando a producirse en el sur.
Cuando esos ataques ocurren, los cristianos son asesinados, pierden sus propiedades y sus medios de vida son destruidos. Charity y su familia lo han vivido en sus propias carnes: son supervivientes a un mortífero ataque de Boko Haram contra su
aldea.
«En aquel momento supimos que Boko Haram estaba atacando nuestra aldea».
«Hacía calor cuando llegaron», dice Theophilus. Charity estaba en el baño, aseándose, cuando su hermano entró corriendo en la casa. «¡Apaga la luz! ¡Apaga la luz!», gritó tratando de no atraer sobre ellos la atención de los extremistas.
«En aquel momento supimos que Boko Haram estaba atacando nuestra aldea», dice Charity. Desde hace tiempo, Boko Haram es uno de los grupos terroristas más terribles del mundo. Se ven a sí mismos como la más pura expresión del islam, y creen estar
llevando a cabo la verdadera predicación y misión de la fe musulmana, esto es, la guerra santa que su visión extremista les motiva a hacer. De hecho, el nombre «Boko Haram» significa algo así como «la educación occidental está prohibida». Según
ellos, todo lo que está fuera de su radical interpretación del islam debe ser rechazado y combatido.
«Tenía miedo», dice Theophilus. «Pensé que no sobreviviríamos, así que cogí la mano de mi hermana y corrimos». Charity cogió a su hija menor y la colocó rápidamente a su espalda en un portabebés.
«En ese momento salimos corriendo hacia las montañas», cuenta Charity. «Íbamos en la misma dirección cuando una moto vino hacia nosotros. Justo ahí fue como me separé de mis hijos. Yo me fui con mi niña, y mi hijo corrió en otra dirección con
su hermana».
Charity corrió hacia la boca de una cueva y se metió dentro para refugiarse con otras personas de la aldea. En la oscuridad, susurró los nombres de sus hijos. No hubo respuesta. Susurró una y otra vez. «Theophilus... Elizabeth...».
Silencio. «Pensé en la posibilidad de que mis hijos también hubiesen sido asesinados», dice Charity, que reflexionaba en medio de aquella oscuridad.
Aquella noche en la cueva fue larga. Cuando finalmente amaneció, todos salieron, cautelosamente y en profundo silencio, de la cueva y comenzaron a caminar de regreso a la aldea para ver qué quedaba de su hogar. En el camino de vuelta Charity supo que Boko Haram había matado a algunos miembros de su familia.
«No podía ni tan siquiera comer ni beber; si mis hijos hubieran muerto, ¿de qué me habría servido la comida?»
Fue una noticia devastadora para ella; en lo único que podía pensar en aquel momento era en sus hijos.
«Llegué a mi casa, pero continuaba sin noticias de mis hijos», dice Charity. «No podía ni tan siquiera comer ni beber; si mis hijos hubieran muerto, ¿de qué me habría servido la comida?»
Pasaron varias semanas sin novedades y el miedo se apoderó de la aldea. No había servicio de telefonía móvil y muchos pensaban que las carreteras eran demasiado peligrosas para viajar.
Un día, mientras que Charity hacía sus quehaceres en la casa familiar, oyó a su hijo gritar su nombre. Cuando se asomó a la puerta principal, vio a su hijo y a su hija caminando hacia ella.
«Quedé tan impactada y emocionada al verlos», comparte Charity. «Ver a mis hijos fue como un nuevo amanecer; todo cambió porque mis hijos perdidos habían vuelto».
«Derramamos lágrimas de alegría», dice Theophilus. El reencuentro fue una respuesta profundamente conmovedora a la oración.
«En medio de aquella alegría y de las risas, también nos acordamos de que algunos de nuestros familiares habían muerto», cuenta Charity. «Entonces, fuimos a consolar a nuestros parientes para llorar juntos a nuestros seres queridos. A pesar de
todo, yo me sentía enormemente reconfortada al saber que mis hijos seguían vivos».
La batalla para la familia de Charity no había terminado aún. En realidad, esto sólo era el principio. Ahora tenían que reconstruir sus hogares, encontrar comida, restaurar la iglesia, volver a plantar sus cultivos y, sobre todo, lidiar con la
ansiedad de que Boko Haram continuaba ahí, al acecho, en algún lugar. ¿Volverían a atacar su aldea?
Cuando Puertas Abiertas supo del ataque a Guyaku, nuestros colaboradores sobre el terreno se apresuraron a proporcionar ayuda de emergencia, ayuda alimentaria, apoyo para la reconstrucción y atención postraumática.
«Vuestra llegada nos ayudó mucho», dice Charity. «Llegasteis en el momento en que perdimos la esperanza, ya que no teníamos dónde quedarnos, porque estábamos durmiendo en el bosque detrás del pueblo después de que ocurriera el incidente».
Hay muchos recuerdos difíciles que pueden despertar el miedo en los corazones de Charity y de sus hijos. Cuando oscurece, vienen a sus mentes recuerdos de aquella violencia. Los ruidos fuertes pueden desencadenar reacciones de conmoción, e incluso
los ladridos de los perros pueden provocar un escalofrío de miedo cuando el sol se pone Guyaku.
«No sabíamos que estábamos traumatizados», dice Charity. «Ni siquiera sabíamos lo que es un trauma, pero llegasteis justo en el momento en que necesitábamos esa atención. La atención postraumática nos ha ayudado mucho».
«El ataque de Boko Haram causó una herida en nuestro corazón que no se podía cerrar», dice Charity. «Pero nos habéis dado esperanza de una nueva vida en el futuro».
La historia de Charity representa a miles de cristianos perseguidos en toda Nigeria que tienen que reconstruir sus vidas tras los violentos ataques religiosos de extremistas como Boko Haram.
Para creyentes valientes como Charity, permanecer en su aldea significa mantener viva la luz de Cristo para que brille en toda la región, incluso cuando la oscuridad parece inexpugnable.
Actualmente, Charity ayuda a otros que han sido golpeados por la persecución; ella recibió apoyo cuando lo necesitó, y ahora es ella quien está dando a otros el apoyo que tanto necesitan.
«El ataque de Boko Haram causó una herida en nuestro corazón que no se podía cerrar. Pero nos habéis dado esperanza de una nueva vida en el futuro».