Las casas refugio situadas en China, junto a la frontera de Corea del Norte, son lugares estratégicos desde los que Puertas Abiertas provee ayuda a la iglesia perseguida.
Cuando era adolescente, Timothy Cho salió por primera vez de Corea del Norte.
«Cuando escapé era de noche. Crucé la frontera junto a otras personas; el agua no era profunda, simplemente caminamos». Cruzó el río Tumen, que separa Corea de China, y caminó hasta que finalmente se encontró en una ciudad china. «Según caminaba
por la ciudad, veía la vida completamente diferente. Era espectacular».
Timothy estaba asombrado. Él creció bajo la influencia de la propaganda comunista y pensaba que Corea del Norte era el mejor país del mundo, pero esa imagen comenzó a quebrarse. «Pensaba que Corea era el mejor país y que tenía los mejores líderes,
pero China era diferente, en particular por la cantidad de comida; nunca había visto esa variedad de alimentos».
Timothy había llegado a China por una razón: quería sobrevivir. Había crecido en las calles durante la gran hambruna de los noventa y no se le permitía buscar trabajo ni enrolarse en el ejército. No tenía ninguna esperanza de futuro. La única salida
que vio fue la de probar suerte en otro lugar.
Lo que él no esperaba es que esa decisión lo llevaría a conocer a Jesús.
Cuando llegó a China, no sabía dónde quedarse ni qué hacer, pero pronto conoció a alguien que le ofreció alojamiento. Más tarde, descubrió que era una casa refugio cristiana.
En el apartamento convivía con otros chicos, todos huérfanos norcoreanos. Lo primero que vio nada más entrar fue una Biblia y una cruz. Aquello le aterrorizó.
«Me asusté porque, bajo el régimen norcoreano, la cruz representaba el mal».
«En Corea, el cristianismo es el enemigo y, cuando los pastores y misioneros venían, era para secuestrar y traficar con niños».
Estaba tan asustado que no se quedó allí durante mucho tiempo. «Se suponía que era un refugio, pero no me sentía a salvo. En realidad, era el mejor lugar. Si me hubiera quedado, no hubiese pasado todas las calamidades que sufrí más tarde. Era
la oportunidad que Dios me dio, pero hui».
El misionero le dijo a Timothy algo que se le quedó grabado. «Me dijo: “si te ves en dificultades o en situaciones peligrosas siempre puedes clamar a Dios”; así que cuando más tarde fui arrestado, grité: “¡Dios, sálvame!”, pero allí no había nadie».
Timothy estaba convencido de que el misionero le había mentido y Dios no existía. Cuando fue arrestado de nuevo, lo llevaron a una prisión china donde conoció a un cristiano.
«Le dije que, si me liberaba, prometía seguirle el resto de mi vida».
Cuando medita en aquel tiempo, Timothy ve la mano de Dios, incluso en aquella casa donde no se sentía seguro. «Esa fue la primera vez que vi una cruz y conocí a un misionero», dice. «Me uní al grupo de lectura de las Escrituras y también asistía
a las reuniones de oración. No fue coincidencia que yo llegara hasta aquel lugar, porque ahí comenzó mi fe. A través de todas esas experiencias, pude entender lo que significa creer en Dios».
También ve la importancia que tienen esas casas para equipar a la iglesia en Corea del Norte. «Lo que estas casas hacen es proveer enseñanza y formación, además de comida, refugio, ropa, biblias y otros materiales. Si no existieran, no habría
manera de apoyar la evangelización en Corea. Mantener estas casas es, hoy en día, muy difícil. No quiero ni pensar que pasaría si no existieran».
«Aún hay casas refugio en China y tienen que estar ahí para nuestros hermanos. Son un trampolín para que en un futuro exista libertad religiosa en Corea del Norte».
Con tu donativo estás apoyando a ministerios y colaboradores que trabajan en esta red clandestina de casas refugio en China para equipar y fortalecer a los creyentes norcoreanos.