Puertas Abiertas tiene establecidas en China casas seguras secretas y redes para ayudar a los cristianos refugiados norcoreanos y apoyar a la Iglesia Perseguida. Es un trabajo peligroso, y nuestros trabajadores de campo solo se trasladarán a su área de ministerio cerca de la frontera entre China y Corea del Norte tras un largo período de entrenamiento y oración.
En esta peculiar entrevista, Pedro* y Mateo* hablan de su llamado, de los riesgos y las recompensas, y de confiar en Dios en cualquier circunstancia. “A veces el miedo nos rodea”, nos dicen.
Había habido una gran hambruna en Corea del Norte. Al escuchar las noticias sobre millones de personas que murieron (en los años 90), sentí que Dios me llamaba a servir a esas personas en Corea del Norte.
No tenían nada, se morían de hambre. Eso ya era una tragedia. Pero si murieran sin conocer a Jesús, la tragedia sería definitivamente peor. Este pensamiento me vino mientras oraba.
Ahora, sirvo a través del ministerio Puertas Abiertas como trabajador de campo.
Mateo:
Hay muchas situaciones difíciles. Hay multitud de incidentes en los campos, aunque solo pocos llegan a aparecen en las noticias. Algunos son verdaderos actos de terrorismo (Se refiere al asesinato del pastor chino coreano Han en 2016, asesinado por agentes secretos norcoreanos).
Cuando ocurrió esto, estaba aterrorizado. Estoy seguro de que esos misioneros ya habían recibido advertencias previas, y probablemente pensaron: “Estaré bien”. Y entonces sucedió. Me sigo diciendo a mí mismo que debo tener cuidado, que me puede pasar a mí. Este miedo me envuelve de vez en cuando.
Sin vuestras oraciones, no podría llevar a cabo esta misión. A través de vuestras oraciones, Dios derrama su gracia.
Pedro:
Las dificultades también pueden ser físicas. La zona donde trabajamos es muy fría, a veces estamos a 30 grados bajo cero en invierno, un invierno de seis meses.
Recuerdo una noche. Era un invierno muy frío. Estábamos a más de 28 bajo cero. Era la una de la madrugada. Y había quedado con un socio local en un lugar. Y no respondía a mis llamadas y no apareció. Estuve llamándole durante tres horas. Como a las cuatro, de repente sonó mi teléfono. Y era su número. Pero cuando contesté, escuché a un hombre extraño que me preguntó: “¿Quién es usted?”
La sorpresa fue tan grande como si me hubieran golpeado en la cabeza.
«Arrojé mi teléfono al suelo inmediatamente y lo aplasté con una piedra».
Y luego lo tiré en un agujero de drenaje. No tenía a dónde ir en esa extraña ciudad. Pasé el resto de la noche parado, a la intemperie, soportando ese frío congelador. Por la mañana me fui de la ciudad lo más rápido que pude, en transporte público. Más tarde me enteré de que mi compañero estaba siendo investigado por la policía, e incluso por agentes de Corea del Norte.
Pedro:
En mi vida ministerial, Dios nunca decepciona. Al contrario, le doy muchas gracias. Le doy gracias por llamarme para la misión. No soy lo suficientemente bueno, pero Dios me está usando.
Mateo:
¿Gruñir a Dios? Nunca. Ni una sola vez.
Pedro:
He oído hablar de un grupo de creyentes, entrenados por mí, que regresó a Corea del Norte. Durante los meses de verano, a veces van a los campos de maíz y se esconden por la noche. Y allí adoran y oran a Dios. A veces lo hacen en lo profundo del bosque. Una vez, llegaron a reunirse en secreto unas diecisiete personas.
Pedro:
De todos los países del mundo, los cristianos de Corea del Norte son los más perseguidos. Incluso en este momento, están pasando por tribulaciones y dolor, pero aún así miran a Dios y oran a Dios. Tenemos que recordarlos. Necesitamos derramar nuestros corazones por los creyentes norcoreanos. Y persistir en ello, hasta que esta tierra de idolatría sea restaurada, y rebose de adoración y alabanza sagrada.
Mateo:
«Algunos abandonaron la fe, pero otros se aferran a ella».
Hay gente en Corea del Norte que cree en Jesucristo. Algunos son parte del remanente; creyentes secretos descendientes de ancestros cristianos. También están los cristianos que recibieron a Jesús en China en los años 90 y 2000. Algunos abandonaron la fe, pero otros se aferran a ella. Será motivo de alabanza si logran mantener su fe hasta el final.
Pero mi verdadera esperanza es, Dios lo quiera, que como iglesia global podamos conectarnos con los creyentes norcoreanos. Creo que podemos ayudarlos. También podéis compartir vuestros testimonios entre nosotros. Creo que de eso se trata ser “un cuerpo de Cristo”. Debemos hacer nuestra parte del trabajo por ellos.
En realidad, para los que hemos crecido una cultura cristiana rica es difícil establecernos en duros campos de misión, especialmente en un ambiente hostil. Pero creo que, cuando llegue el momento oportuno, Dios va a usar a los creyentes norcoreanos como poderosos misioneros en otras áreas perseguidas.
Pedro:
En el libro de Nehemías, cuando este escuchó la noticia de que los muros de Jerusalén habían sido derribados, se volvió a Dios, y comenzó a ayunar y a orar con lágrimas en su corazón. Las iglesias de Corea del Norte fueron demolidas hace setenta años y todos los seguidores de Jesucristo pasaron a la clandestinidad para poder sobrevivir a la opresión. Oro para que Dios restaure Corea del Norte y a su pueblo, así como restauró Jerusalén y a los israelitas.
Mateo: Los creyentes norcoreanos se esfuerzan por mantener su fe, que es una fe pura. No podemos hablar nunca mal de ellos ni de la Iglesia. Recibieron un precioso regalo de Dios.
Como trabajador de campo, puedo aprender de los pasos de los antiguos misioneros. Muchos de ellos fueron martirizados en Corea del Norte. Algunos fueron secuestrados, otros asesinados. Creo que su confesión fue Gálatas 2:20: “He sido crucificado con Cristo. Ya no vivo yo, Cristo vive en mí. Y la vida que vivo en la carne, la vivo en la fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó a sí mismo por mí”.
Como tierra más perseguida del mundo, Corea del Norte necesita urgentemente vuestras oraciones. Esas oraciones los fortalecerán para adorar a Dios en la tierra.
Conoce las historias de cristianos en China y Corea del Norte donde el poder del Espíritu Santo se ha manifestado en medio del sufrimiento.